VISIONES SAHARAUIS (3) Mutilados en el Sáhara

Gervasio Sánchez. Heraldo de Aragón 

Aunque no existe ningún estudio riguroso expertos internacionales afirman que el Sáhara Occidental es uno de los territorios de todo el mundo más contaminados por minas terrestres. La gran siembra de entre siete y diez millones de minas se suma a los restos de proyectiles sin explosionar de la guerra que duró hasta 1991 y que yacen escondidos en los lugares más inconcretos a lo largo de un muro de 2.700 kilómetros de piedra, arena y alambradas.

Según Naciones Unidas, la amenaza de las minas, sembradas a una distancia entre 100 y 500 metros del muro, afecta a unos 10.000 nómadas saharauis y a sus familias y dificultaría la repatriación de 150.000 refugiados saharauis que viven en los campos de refugiados en Argelia si se acordase un plan de retorno.

Desde 1975 a finales de 2012 Marruecos informó a la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO) de un total de 2.536 víctimas de minas o explosivos de guerra con un total de 831 muertos y 1.705 heridos. El Frente Polisario, por su parte,  comunicó que un total de 1.413 habían muerto o sufrido heridas hasta abril de 2014 en las zonas bajo su control.

La Asociación Saharaui de Víctimas de Minas (ASAVIM) señala que el número de accidentados supera con creces los 4.000. Más del 90% de las víctimas son hombres y un 10% mujeres. Una tercera parte han sufrido amputaciones y más del 7% son paralíticos. La mitad de los heridos no tenían conocimientos de los riesgos al transitar por una zona minada.

Sidi Ahmed Bulahi, conocido como Daha,  nacido en agosto de 1959 y padre de cinco hijos, es uno de los responsables de ASAVIM. Con 16 años tuvo que huir de El Aaiún, su ciudad natal, para ponerse a salvo de la invasión marroquí y se alistó en el Frente Polisario, el ejército saharaui.

Años después de firmarse el acuerdo de paz en 1991, Daha y varios de sus compañeros militares decidieron dedicarse a tareas de detección, desactivación y destrucción de minas antipersona cerca del muro sin el uso de las más mínimas medidas de seguridad como chalecos antifragmentación o protectores para la cara.

En 1994 Daha se topó con una mina Type 58 de origen chino. “Me di cuenta de que el detonador expulsaba una especie de ácido y traté de lanzarla lejos pero me estalló muy cerca. Perdí el ojo izquierdo y los dedos de la mano derecha en aquel jueves de locura”, explica en su oficina.

Calcula que existen entre 15 y 18 tipos de minas antipersona distintas plantadas en el desierto. “Al principio de la guerra los marroquíes utilizaron minas francesas. En la segunda fase las cambiaron por dos tipos distintos de minas italianas cuya onda expansiva era de cinco metros”, cuenta este experto en desactivación de explosivos que se formó en el cuartel Mariscal Tito de Sarajevo, la capital de Bosnia-Herzegovina a principio de los años ochenta.  También se han diseminado minas antipersonas húngaras, rusas, chinas y vietnamitas. Al menos existen cinco modelos de minas antitanques, dos rusas, dos estadounidenses y una ucraniana escondidas en el desierto.

ASAVIM nació el 22 de octubre de 2005 y ha conseguido censar a unos 1.600 sobrevivientes saharauis de explosiones de minas. Su principal objetivo es minimizar los traumas sufridos por las víctimas de minas, bombas de racimo y otros desechos de guerra tanto en los campamentos de refugiados como en los llamados territorios liberados del Sahara Occidental, bajo control del Frente Polisario.

La asistencia a las víctimas forma parte de su trabajo diario. Con fondos muy reducidos han conseguido material de movilidad como sillas de ruedas, muletas y bastones para los afectados y distribuyen productos básicos de higiene. “Con la ayuda de una amiga de Barcelona, que siempre ha apoyado a los saharauis, intentamos poner en pie un proyecto de cooperativas de cría de ovejas que permita sacar de la pobreza a los afectados y ya tenemos una lista de espera con 136 solicitudes y 516 mutilados”, explica.

La ONG también se ha planteado financiar 48 microproyectos con un coste por unidad de entre 1.500 y 3.000 euros que beneficiaría a 214 víctimas y sus familias y que serviría para ayudar a montar tiendas de víveres, comprar ganado, crear un huerto o realizar un curso de soldadura.

Otra de las grandes preocupaciones, según reconoce Daha, es orquestar campañas de sensibilización en las escuelas para informar a los niños y adolescentes de los peligros de las minas. Apenas un 20% de la población tiene conocimiento de que estas armas invisibles están plantadas por amplias zonas de los territorios donde viven a la espera de sus siguientes víctimas.

En medio de la nada, a varios kilómetros de pista desértica de Rabuni, la capital administrativa saharaui, está lo que queda del Hospital de heridos de guerra Mártir El Sheriff. Hasta hace cinco años vivían más de cincuenta mutilados o parapléjicos con sus familias en condiciones decentes con agua corriente y electricidad y habitaciones individuales cómodas.

Durante mi visita sólo quedan nueve. Algunos han podido marcharse al llamado Barrio de la Solidaridad donde la junta de Andalucia ha construido 22 viviendas de sesenta metros con buenos materiales. “Otros prefieren vivir en los campamentos en la época invernal”, cuenta uno de los responsables.

Los internos se quejan abiertamente del abandono del lugar. “Hace un año que no viene el fisioterapeuta cuando el compromiso era de una visita semanal”, explica Said Mohamed Fadel que vive postrado en una cama pendiente de que algunos familiares y amigos le ayuden a girarse de vez en cuando para que su cuerpo no se llague. La explosión de la mina en noviembre de 1982 le rompió la columna vertebral y su mujer le abandonó dos años después.

El centro fue fundado como escuela militar en noviembre de 1978 y se especializó en dar salida laboral a los heridos que llegaban del frente en la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos. Los beneficiarios estudiaban administración, derecho, medicina y acababan graduándose.

Tras el alto el fuego de 1991 se decidió reconvertirlo en un centro de acogida para las víctimas de minas o de la guerra que no podían llevar una vida normal en los campamentos de refugiados por sus limitaciones físicas y psíquicas.

Varios ministerios saharauis y la Media Luna colaboraban con el centro que se convirtió en un lugar de referencia visitado por delegaciones extranjeras. Hace cinco años había hasta lista de espera para conseguir plaza. Pero los recortes en la ayuda internacional han diezmado las ayudas a las víctimas más visibles de la situación de emergencia permanente que se vive en los campos de refugiados saharauis.